La Nación - Miércoles 10 de octubre de 2012
Noticias recientes de Europa y, especialmente de España, reiteran el cuadro dramático en que se encuentra un sector numeroso de la juventud a causa del desempleo, con un presente precario y un futuro sombrío, en el cual se dibuja el riesgo de la marginación. Para referirnos a un ejemplo concreto, ésa es la situación española, con 1.125.000 desocupados, lo que equivale a decir el 24 por ciento de su población comprendida entre los 15 y 29 años. Esa falta de oportunidades laborales se agrava porque gran parte de los jóvenes tampoco busca capacitarse a través del estudio, a fin de hallar opciones mejores. De ahí que se la llame "generación ni-ni", porque ni estudia ni trabaja.
Esa inquietante realidad es
compartida con cierta diversidad de cifras por otros países de la Unión
Europea, como Grecia, Portugal o Italia. En términos generales, el promedio de
jóvenes desocupados en ese continente es del 20,6 por ciento, situación
determinada por errores políticos y económicos que han castigado la región y
debilitado el poder de sus gobiernos para encarar soluciones ante la incidencia
de factores complejos de otro carácter que reclaman comprensión y cambios
profundos. En este punto es oportuno recordar al economista Ralf Dahrendorf,
quien en 1986 puso de manifiesto que el progreso técnico continuo iba
requiriendo de los trabajadores prepararse para constantes calificaciones
superiores. Por lo tanto, quienes no se actualizaban en conocimientos y
habilidades para esa dinámica laboral verían reducirse sus posibilidades de
empleo aún más, ya que el progreso técnico por sí tiende a reducir puestos de
trabajo. Lo que sigue, para los que no se reciclen, es un camino en el cual se
multiplicará la informalidad y la precariedad del empleo, de modo que es lógico
prever que todo conduzca a una desocupación cada vez mayor.
Como es lógico, esa realidad es
un serio obstáculo para quienes buscan trabajo y, en mayor grado, para quienes
no se capacitan para las innovaciones que se van introduciendo, lo cual origina
una brecha creciente que separa dos grandes grupos de la población. Por una
parte, los que tienen un empleo formal estable, ingresos suficientes, han
podido fundar una familia y cuentan con una vivienda digna, siendo todavía adultos
jóvenes. Por otra, los menores de 30 años, con una capacitación limitada, a
quienes los cambios que se operan van dejando excluidos, pues las oportunidades
de trabajo formal se han convertido en un bien escaso y deben aceptar lo que se
presenta, por lo común empleos transitorios. Todo concurre así a la
desocupación, a esperar ayuda del gobierno y, en algunos casos, a caer en la
depresión o en reacciones violentas indeseadas, como la xenofobia, tal cual lo
ha señalado el profesor Alejandro Navas, de la Universidad de Navarra.
Lo descripto permite algunas
conclusiones cuyas resonancias nos alcanzan, porque hay puntos comunes entre lo
que se vive en Europa y en nuestro país. Una primera consecuencia es la
importancia de la formación continua de los jóvenes a fin de que no pierdan
oportunidades de trabajo. Una segunda proposición a subrayar: es menester que
la sociedad adulta en gestión tome plena conciencia de las necesidades
juveniles, de los proyectos de vida que se van frustrando y quedan postergados
o abandonados, para caer en la espera pasiva de ayudas gubernamentales, siempre
precarias o movidas por intereses proselitistas.