Un Gobierno suficientemente grande para darte todo lo que quieres, es lo suficientemente fuerte para quitarte todo lo que tienes”. Thomas Jefferson

NEGOCIOS DE INCLUSIÓN

Responsabilidad social empresarial

En Chile, alrededor de 180 mil personas sobreviven de la recolección de cartones, chatarra y otros desechos. Viven en situación de pobreza, entrando y saliendo de este oficio, que muchos consideran indigno. En el 2003, ante el fuerte incremento de la demanda por acero, la empresa Gerdau Aza detectó que entre el 60 y el 70 por ciento de la materia prima para su producción provenía de hogares chilenos -restos de autos, catres, lavadoras y un sinfín de desperdicios-, y que, por tanto, si no se quería poner en jaque el negocio cediendo terreno a la competencia y a las importaciones de acero, el recolector de chatarra era un personaje clave en la cadena de valor. Un proveedor, en definitiva. Y uno irreemplazable.

La empresa comenzó a desarrollar un proyecto de encadenamiento productivo para mejorar las condiciones de un grupo de 100 recolec­tores -y también de los intermediarios-. traspasarles mejores precios, dignificar el trabajo como un aporte ambiental, empadronarlos a través de los municipios para darles mayor formalidad, y trabajar en los barrios con organizaciones sociales y escuelas para valorar este tipo de reciclaje y a quienes lo hacen posible.

“Esto no es caridad: es pare de la estrategia de negocios. Si la actividad de los recolectores no es sustentable, nuestro negocio tampoco lo es”, de­clara Alex Ramos, encargado de responsabilidad social de Gerdau Aza.

Acciones similares están al alza en la región. donde poco a poco más compañías se suman a los llamados "negocios de inclusión" o “negocios en la base de la pirámide”. la más vanguardista de las tendencias en responsabilidad social empresarial (RSE).

Se trata de un giro, un cambio de mirada que replantea el rol de la empresa en la sociedad sin hacerla perder su naturaleza generadora de utilidades. “Son negocios que combinan niveles razonables de rentabilidad con la inclusión de sectores que están en situación de pobreza o vulnerabilidad, y que se encuentran fuera del sistema económico", explica Irán Guzmán. gerente general de Acción RSE, una red formada por empresas chilenas que aportan aproximadamente el 30 por ciento del PIB del país.

¿Altruismo? ¿Santidad corporativa? Nada de eso. La lógica detrás de este nuevo concepto es simple: no puede haber empresas exitosas en medio de sociedades heridas por problemas de pobreza, exclusión, discriminación, falta de cohesión social y otros, que a la larga pueden poner en juego el propio negocio.

Así, incorporar a los sectores sociales excluidos, ya sea en la cadena de valor o como clientes, pasa a ser un factor estratégico. "El 67 por ciento de los habitantes de la Tierra gana menos de 60 dólares por mes; por lo tanto, los empresarios están haciendo negocios sólo con el 33 por ciento de la población. Eso ha hecho tomar conciencia en el mundo y también en América Latina de que es necesario cambiar la forma de hacer negocios, trabajando mejor el tema de la pobreza, pensando en el cambio climático y haciendo inversión social”, afirma Henri Le Bienvenu, gerente general de Perú 2021, una asociación de empresarios que se planteó la necesidad de provocar un cambio social desde la responsabilidad de la empresa para contribuir a liberar al Perú de la violencia.

En ese mismo país la empresa petrolera y productora de gas natural Aguaytia Energy inicio un proyecto de negocio junto al Ministerio de la Producción, luego de detectar a unos 10.000 pescadores artesanales de la Amazonía, que conservaban el pescado en bloques de hielo y cáscara de arroz durante los 10 días que duraba la faena de pesca. Con ese precario sistema de conservación, cerca del 25 por ciento del pescado se perdía –y era arrojado de vuelta al agua- y otro tanto era consumido ya en proceso de descomposición, provocando problemas de salud.
Lo que hizo la compañía fue diseñar congeladoras a gas que los pes­adores podían llevar en los peke pekes (botes típicos de la selva) y, ade­más, convirtió los motores de éstos a gas. ¿El resultado? los pescadores ya no pierden la cuarta parte de su producción, las comunidades se enferman menos -y gastan menos en salud-, se detuvo la contaminación de las aguas y los motores de los botes funcionan con energía limpia. Y Aguaytla Energy no sólo quedó como reina frente a la comunidad, sino que además encontró un nicho de negocio interesante para su gas, replicable en las comunidades pesqueras de la costa.

Más que generar riqueza

Lo que hacen los negocios inclusivos es generar emprendimiento e in­versión social, involucrando a actores del sector financiero para otorgar los créditos necesarios, a organizaciones sociales que tengan acceso y recluten a las poblaciones en la base de la pirámide, a entidades de capa­citación y a empresas que provean el soporte del negocio.

"El concepto de empresa está cambiando. Lo que está en discusión es su rol en el mundo de hoy. su identidad y la forma en que -junto con generar riqueza-, da cuenta de los grandes desafíos sociales: la pobreza, el cambio climático, el trabajo infantil o las migraciones, que empiezan a ser un factor más del negocio”, agrega León Guzmán, de Acción RSE.

En Colombia, por ejemplo, Asocol Flores -una asociación de 770 empresas productoras de flores de exportación-, desarrolló una escue­la de floricultura, y al momento de decidir a quiénes reclutaría como aprendices, optó por mujeres desplazadas por la guerrilla. Durante un año se capacitan, reciben una remuneración, atención psicosocial, ayuda para transporte y un refrigerio. Al final del proceso existe un compromiso de contratar al 40 por ciento de las aprendices en forma indefinida; el resto puede incorporarse a los programas de emprendimientos productivos, de los que ya han surgido algunas microempresas como, por ejemplo, una de producción de bisutería a partir de residuos de flores. "Hicimos una opción por trabajar con poblaciones vulnerables para contribuir a nuestra propia sociedad y resolver un factor crítico para este negocio: el de la mano de obra, que es el mayor componente en costo para la producción", comenta Martha Moreno, gerente de RSE de Asocol Flores.

En Brasil la empresa Masisa -que produce tableros de madera para muebles y arquitectura de interiores- está capacitando en carpintería a personas que no tienen oficio, de manera de que se integren al mercado a través de la fabricación de muebles y transformarlos en clientes de los Placacentros, una red de más de 300 tiendas. De esa forma se entregan herramientas para el trabajo a personas en situación de exclusión y se aumenta el volumen del negocio.

La misma empresa está incursionando en Argentina y Chile en la producción de muebles y soluciones de arquitectura interior de bajo cos­to para sectores pobres. Con ayuda de ONG’s se ha reclutado a vendedoras provenientes de esos grupos -principalmente mujeres víctimas de violencia- para incorporarlas a la cadena de comercialización vendiendo en su propio entorno. La empresa -que factura anualmente cerca de 900 millones de dólares- espera que durante el 2008 el 10 por ciento de las ventas provenga de sus negocios de inclusión.

El tema está despegando. El Servicio Holandés de Cooperación al Desarrollo (SNV) y el World Business Council for Sustainable Development (WBCSD) formaron una alianza para potenciar los nego­cios inclusivos y se unieron al BID para buscar oportunidades para este tipo de emprendimientos en América Latina.

Monasterios del siglo 21

"Las empresas tienen mucha más capacidad de innovación que el sector público, y creo que crecientemente veremos a grandes compañías innovando en temas sociales", afirma Bradley Googins, director del Boston College Center for Corporate Citizenship, en Estados Unidos. A su juicio, la tendencia es a lo que se conoce como liderazgo colabora­tivo o responsabilidad compartida: un trabajo conjunto del Estado, las empresas y la sociedad civil para resolver los grandes problemas sociales. "La globalización ha disminuido el rol del Estado y aumentado el rol de los negocios en áreas en las que tradicionalmente no se hubiese esperado que se involucraran, como las políticas públicas. Las empre­sas son los monasterios del siglo 21, las instituciones dominantes de esta era, tal como lo fueron las iglesias hace 500 años o los Estados hace 200, y eso les asigna una influencia y una responsabilidad muy grandes”, agrega.

Y como las expectativas de los consumidores frente al comporta­miento de la empresa también aumentan, lo esperable es que la tenden­cia a la RSE no vuelva atrás, concluye Henri Le Bienvenu, de Perú 2021: "Hace 100 años no se hacían balances ni estados financieros: dentro de 10 años no vamos a poder imaginarnos como las empresas vivían sin entregar un reporte social".

MONICA CUEVAS –
Publicado en la revista de a bordo de LAN Argentina – Marzo 2008.